
Vetusta Morla cerró el ciclo de conciertos Warm Up Days con una actuación repleta de himnos, reivindicaciones y ovaciones
Antes de la llegada de la desalmada pandemia, un concierto era más que un lugar de celebración y reunión. Era un instante de pausa y desconexión; de júbilo y generosidad. La Covid-19 robó gestos y dejó caretas; se llevó saltos y trajo calma. Pero, tal y como si apenas hubieran girado las manecillas del reloj, Vetusta Morla vistió a la región la noche del lunes –previa al Día de la Hispanidad- con traje de gala y le devolvió el espíritu de festividad que merecía. Durante la última jornada del ciclo de conciertos Warm Up Days, el afamado grupo madrileño compartió una primera vez con los espectadores que jamás se volverá a repetir: después de un año y medio de pies frenados, distancias obligadas y suspiros de añoranza, el auditorio volvió a brincar, a danzar y a rugir sin separaciones físicas ni temores mentales.
Himnos como Golpe maestro, Maldita dulzura, Copenhague y 23 de junio se posaron en la cumbre de la velada a tan solo media hora del comienzo y no necesitaron más que los incesantes coros de los treintañeros para sumirse en una estela de realidad paralela. De nuevo, las emociones hicieron acto de presencia y la dopamina se encareció por unos instantes. “Ya está aquí quien lo vio bailar como un lazo en un ventilador. Quién iba a decir que sin carbón, no hay Reyes Magos”. Tan solo sonó una breve y vibrante versión de Los días raros y el silencio se personó entre vellos erizados y gargantas rotas. Los ojos vidriosos de los asistentes fueron testigos de otro magnífico aterrizaje sobre uno de los festivales más importantes a nivel regional. «Buenas noches Murcia. Vetusta Morla llega de nuevo a la ciudad”.
Sus canciones cobran otro sentido en directo y prueba de ello fue la llamativa explosión de Palmeras en La Mancha, la conmovedora evocación de Fuego y la exaltante lanzadera de Sálvese quien pueda. Ante la inminente llegada de su nuevo disco, Cable a tierra –a la venta el 26 de noviembre-, la banda también aprovechó la noche de celebración para seguir iluminando los ojos de los presentes y estrenar sus dos últimos singles: una versión potente y musical de La Virgen de la Humanidad y un Finisterre bañado de ritmo y seguridad.
Sus intérpretes, más que acostumbrados a los escenarios, controlan el frenesí y la melancolía como nadie. La sensibilidad y delicadeza de Guille Galván con el piano; la evidente emoción de Juanma Latorre a la guitarra; la locura y la energía de David García ‘El Indio’ a las baquetas; la agitación vibrante de Jorge González a la percusión; y los destellos desapercibidos de Álvaro B. Baglietto y su bajo fueron más que reseñables en una noche cargada de merecidas ovaciones.
El líder de la orquesta no se quedó corto e incluso se marcó un Lenny Kravitz al romper sus pantalones por “la huevada”. Pucho demostró ser un maestro de ceremonias en toda regla; un actor acomodado a las tablas; un anfitrión habituado a recibir invitados en su vestíbulo. Inquieto e ilusionado, no quedó hueco en el suelo donde dejar huella con unas antiguas zapatillas presas de “la obsolescencia” que guarda como oro en paño con cinta aislante. Consejo de sabios lo transformó en un volador de sueños y aspiraciones hechas realidad; y Valiente lo encaminó hacia el éxtasis y el misticismo.
Música para remover conciencias
La vieja escuela transformó el invisible patio de butacas en una pista de baile ochentera y Saharabbey Road, como es usual, se posó en las gargantas del público para corear un cántico propio de abarrotados estadios. Un inesperado cambio de estrofa inauguró un punto sin retorno que rozó conciencias ante las continuas y recientes reivindicaciones mentales y medioambientales: “Tan solo seremos libres si vemos el Mar Menor azul otra vez. Se lo llevó los pesticidas el tiempo, ya es hora de ponerse a limpiar”. Iglús continuó con esa amalgama de imprevistos sorprendentes y transformó el recinto de La Fica en un espacio íntimo y cálido donde Pucho y Galván –a los mandos del piano- dedicaron una de las canciones más antiguas del grupo a “todos esos activistas que se juegan la vida”: “Las cosas que amamos hay que cuidarlas”.
“No teníamos ningún otro motivo que celebrar la música en este 2021”. Tras una pausa discográfica de cuatro años de duración, el grupo que cambió la escena de música alternativa del país ha vuelto a darlo todo en los escenarios en un acto de generosidad hacia su equipo técnico de sonido. Las salas de las mil y una noches, los trabajadores que se esconden tras el telón y la industria que les compete fueron los protagonistas del reivindicativo discurso que se escuchó en el recinto de La Fica durante la última jornada de los Warm Up Days. «En el mapa de Europa somos el último punto en volver a abrir todas las restricciones. Que no se olviden del sector musical”.
De nuevo, tal y como si apenas hubiera avanzado el tiempo, Los días raros volvió a personarse. Esta vez, para decir adiós. “Nos quedan muchos más regalos por abrir, monedas que al girar descubran un perfil que empieza en celofán y acaba en eco”. Y ese eco se debió escuchar más allá de la Región como un primer augurio de todo lo que está por llegar: «Es un hasta pronto. Todo es cíclico, la destrucción lleva a la creación”. Entonces, miles de voces vociferaron con entusiasmo sin querer ser arrastradas hacia la realidad. Almas alzadas cambiaron los aplausos de las 20h por ovaciones en directo y miradas esperanzadoras despidieron a una banda que, con razón, se ha posicionado de manera sobrenatural en la escena musical española.